miércoles, 25 de agosto de 2010

AGNES GONXHA BOJAXHIU


El día 26 de agosto podría ser una fecha cualquiera pero, engalana este día el nacimiento de un ser absolutamente irrepetible al que, al nacer, en la actual Macedonia, su tierra, la bautizaron como Agnes Gonxha Bojaxhiu, nombre y apellidos que quedarían como anécdota para su pasaporte porque, desde muy pronto, el mundo le conoció como LA MADRE TERESA DE CALCUTA.



Se cumplen ahora los primeros cien años del nacimiento de esta mujer y, el mundo lo sigue celebrando. Es más, este acontecimiento alcanza rangos de epopeya puesto que, no todos los siglos tenemos la fortuna de contemplar el nacimiento de una persona de la talla humana de esta mujer virtuosa que, de su vida, hizo un ejemplo para los demás; su existencia, consagrada a favor de los pobres es la que le dio luz a su peregrinar por el mundo.



Pasarán siglos y el mundo seguirá recordando a esta singular mujer a la que guió Dios como norte de los más pobres del universo. La llamada divina apreció en aquella mujercita casi desvalida, un ser casi insignificante para que, pasado los años, el mundo le viera como la más emblemática entre las grandes; hasta los magnos mandatarios de cualquier nación, ante La Madre Teresa, se inclinaban en señal de respeto. El Santo Padre, Juan Pablo II, cuando se veía junto a Teresa se sentía un discípulo de la misma.




Beatificar a la Madre Teresa tras su muerte, aún siendo el más preciado galardón que la Iglesia pudiera concederle, jamás reconocimiento alguno podría equipararse con la grandeza humana de esta mujer irrepetible que, en su existencia, además de consagrar su vida hacia los que más la necesitaban, por la noches y a modo de reflexiones, nos hacía partícipe de su vida a modo de pensamientos del alma. Para La Madre Teresa nada pasaba por alto; todo tenía un sentido y, analizar sus frases era algo así como beber en la fuente de su amor.



Respecto a la política, la Madre tenía un sentimiento muy especial puesto que, cada vez que le preguntaban al respecto, su respuesta, por humana y contundente, no pasaba desapercibida para nadie: “Yo no puedo darme el lujo de la política, una vez estuve cinco minutos escuchando a un político y, en esos cinco minutos se me murió un viejecito en Calcuta” O sea que, el amor, para ella, privaba antes que todo.



Su humanidad era tan grande que, muchos, cuando le veían bañar a los leprosos le confesaban que no harían dicho trabajo ni por todo el dinero del mundo, mientras que la Madre sentenciaba: “Tiene usted razón; yo tampoco bañaría un leproso ni por un millón de dórales porque a un leproso solo se le puede bañar como hago yo, por puro amor”



Cuando se le entregó el Premio Nóbel de la Paz, sin duda alguna, el galardón que reclamaba el mundo para su persona, por vez primera, un premio le hizo feliz: “No me interesa premio alguno, pero con este dinero podré comprar mucha comida para los pobres y mis niños hambrientos; el premio será para ellos que, en verdad, tanto lo merecen”



La pobreza, para la madre no resultó nunca un castigo, más bien, una bendición. “Cuando menos poseamos –decía- más podremos dar; parece un imposible lo que digo, pero es una bendita realidad. Cuando yo me creía sumida en el más grande caos económico, llegaba Dios y me daba la solución” Su filosofía, tan bella como su existencia es la que ennobleció a los corazones de buena voluntad que, para dicha universal, siguen moviendo el mundo.



La Madre Teresa, trabajadora infatigable, una persona que, al respecto, tenía todas las licencias que hubiera querido permitirse y, (¿alguna vez alguien le pidio pasaporte o documentos de identificación?) solía decir: “Hagamos cosas pequeñas, pero con desmedido amor para que, llegado el momento de la muerte no se nos juzgue por la cantidad de trabajo realizado que, si bien es importante, si se nos juzgará por la dosis de amor que en dicho menester hayamos entregado”



Cien años cumplimos desde que recibimos aquella bendición llamada Teresa, la que se mudó cuando tenía 87 años porque, junto a Dios, con toda seguridad, sigue iluminando el corazón de las que fueron sus hermanas en la congregación de Las Hermanas de la Caridad para seguir ayudando a los pobres del mundo, de forma muy concreta, en el corazón de la India.


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